AUTENTICIDAD.

 Resulta asombrosa la manera en la que me pueden llegara influir las personas. Algunas es normal que me influyan, sobretodo en mis acciones, decisiones y situaciones. Pero y la gente a la que casi ni conocemos, ¿por qué nos influyen tanto? Pretendemos impresionar a gente con la que ni siquiera hablamos solo para parecer interesante, guay o importante. A veces, hasta ponemos en peligro cosas importantes de verdad para hacer reír a un desconocido o caerle bien a alguien mayor. Queremos parecer como todos: pensar lo mismo, hacer lo mismo y reaccionar igual ante todo. Y como nadie es igual tenemos cientos de formas de pensar, miles de formas de hacer las cosas y millones de formas para reaccionar; tenemos muchísimas personalidades, y lo que no comprendemos es que la única que deberíamos tener es la nuestra. El problema es que ha desaparecido, la hemos enterrado para que nadie sepa como somos en realidad. Ya nadie sabrá quienes somos ni de donde venimos; lo que deseamos con todas nuestras fuerzas y lo que odiamos a muerte, tampoco sabrán a quién admiramos y cuál es nuestro estilo. Ya ni siquiera nos acordamos nosotros, aunque a veces lo preferimos así; más que nada para no echar de menos nuestro antiguo y auténtico yo.
 Solo aspiramos a ser uno más, alguien que solo quiere encajar entre la gente  y el ambiente que le rodea, es como si eso nos llenara, pero en realidad solo cubre la infelicidad de ocultarnos a nosotros mismos por el temor a ser rechazados.
Me avergüenza preferir ser uno más a ser yo misma, pero así es, soy solo una del montón. Admiro a la gente que consigue destacar, pero eso también me hace pensar que si todos destacáramos esto no serviría de nada, y entonces buscaríamos ser uno del montón. Cosa que me lleva a pensar que lo que está de moda es lo que solo unos pocos pueden tener; como la belleza, la delgadez, la simpatía, y la autenticidad. Ahora me toca seguir a la manada, pero puede que más adelante sean ellos los que me sigan a mí.