dijous, 15 de març del 2012

cartas a un despiadado mundo

 Hoy me he dado cuenta de que las sonrisas más bonitas, o más sinceras si así lo prefieres, se consiguen cuando lloras. Sí, por primera vez he visto a mi madre llorar y enserio que cuando ha sonreído porque el perro le ha dado un beso... juro que ha sido la sonrisa más bonita que jamás había visto plasmada en ese rostro de madre preocupada.

 De verdad que ese es el tipo de sonrisas más bonitas, puedo demostrarlo. Cuando lloras no necesitas fingir ningún sentimiento, osea, no finges ninguna sonrisa, ¡por eso son tan bonitas, porque no son fingidas! Son inmensamente sinceras, dicen más de las personas que las mismísimas palabras o incluso que los hechos.

 Siempre me han gustado las cosas que transmiten paz, serenidad y sinceridad aunque yo de sincera parezca que tenga poco. Supongo que por esta razón este mundo sólo se lo comen los valientes. Yo no soy ni sincera ni valiente y sólo lloro cuando nadie puede verme así que nadie podrá ver jamás mi mejor sonrisa. Es triste, ¡cuántas cosas nos puede prohibir un simple rasgo de nuestra personalidad! Espera, ¿simple? Es más bien complejo. Es lo que no equilibra. Ese lunar en la barbilla, ese dedo más largo de lo normal, esa cicatriz de cuando te operaron de apendicitis, esa marca de guerra que te hiciste a los cinco años jugando en el parque... Son marcas que demuestran que somos humanos, escalofriantemente humanos, escalofriantemente imperfectos. Lo que no sabéis es que la perfección sólo se encuentra en la imperfección de ser uno mismo, de aceptar cada rasguño de tu pelo, cada punto débil de tu personalidad y pocos lo aceptamos.

 Pocos aceptamos que lo difícil es realmente lo que parece fácil. ¿Quién no ha dicho nunca que cambiar es complicado? ¡Yo lo he dicho infinitas veces, pero hoy me doy cuenta de que en realidad lo difícil es no hacerlo; lo verdaderamente complicado es no cambiar, ser igual toda la vida debe de ser agotador. No cambiar tu peinado, ni tu cuerpo, ni tus pantalones, ni tu habitación, ni tu restaurante de los domingos ni el plato que pides cada en tu restaurante de los domingos.

 Siempre me he considerado una persona a la que le gustan los cambios pero, ahora que me paro a pensar en ello caigo en que hace dos años que no me corto el pelo, llevo siempre la misma ropa y mis mejores amigos son los de siempre. Eso sí, ¿qué hay de mi personalidad? Soy una nueva persona cada día. Un día vaga, otro día hiperactiva y el siguiente enamorada. Cada día cambio, por eso no me aburre nada, porque cada amanecer lo saboreo con el paladar de una personalidad distinta.

 Y me gusta y así soy feliz y algún día seré capaz de reír ante los ojos de este mundo despiadado.
Así soy yo, el mismo pelo pero 730 personalidades distintas en dos años; y lo que me queda.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada