¿Valía la pena representar el mal? ¿Era una espada o un estandarte bélico lo que simbolizaba ese mal? ¿Acaso el verdadero mal no estaba en la mano del que lo empuñaba, más que en los estandartes y las espadas para imponer su voluntad? Igual que había forjado signos a partir de una puerta cerrada que antes había sido abierta, o una mano amputada que antes prodigó una caricia; ¿por qué no hacerlo inspirándose en aquello que convertía al ser humano en el más inhumano de los seres? No había mal sin bien, ni bien sin mal, así que no podía ignorar algo tan elemental. Sí, el bien y el mal podían llegar a mezclarse y confundirse, pero la esencia, la simple verdad sólo dependía de la capacidad de cada cual para interpretarlo, del punto de vista desde el que fuese observado.
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