Los estandartes, las banderas, no eran más que falsos iconos bajo los que los pueblos se refugiaban, a veces con desprecio, otras veces con desprecio, e incluso a veces con soberbia. Una bandera siempre debía representarel alma y los colores de unas gentes, no su fuerza. Debía simbolizar su luz, no su oscuridad intolerante. Una bandera era un poema escrito en tela, no un sudario con el que envolver ningún muerto. Los hombres debían nacer libres y desnudos de cuerpo y espíritu, y marcharse igual tras la muerte. Marcharse sin ser mejores ni peores por el simple hecho de haber nacido bajo tal o cual bandera. Las manos que sostenían los estandartes con cantos de poder y de gloria eran las mismas que después trazaban fronteras. Y cuantas més banderas ondeaban en ellas, menos capaz era de verse el amor al otro lado; y sí, la propia soberbia y orgullo desmedidos.
Las banderas separan, aislan y las espadas son su brazo esclavo.
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