divendres, 14 d’octubre del 2011

 Recuerdo que se hizo de noche y me subí al árbol más frondoso de la casa de campo para abordar mi dilema desde una perspectiva más global.  Ahí reparé en el complejo engranaje de las hormigas, con sus patitas en forma de ocho relleno o, mejor, de infinito relleno. ¿Cuánto suma infinito más infinito? Hice los cálculos, pero me faltaron dedos. También me llegué a meter unas cuantas agujas de pino en las orejas para coger cobertura sideral y esperar a que me llegaran las respuestas oportunas a través del ciberespacio, pero nada. Una mierda pinchada en un palo. Y todo esto tarareando mentalmente La Barbacoa, de Georgie Dann, una y otra vez. Y otra. Y otra. Subida al árbol.
El caso es que al final no sé que hice con los recuerdos.
No los encuentro.

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