dissabte, 6 d’octubre del 2012

bienvenido a mis curvas



Noches como esta. Noches en las que no me preocupo por las lágrimas tontas que corren por mis mejillas arrastrando todo el maquillaje que me puse por la mañana para tratar de disimular esas ojeras que demostraban que había pasado mala noche.

Noches como esta. En las que me doy cuenta de toda la gente me rodea. Personas enamoradizas disfrutando de ese amor de verano, personas echando de menos a ese alguien cuya compañía han disfrutado durante el resto del año salvo ahora. Personas que no tienen tiempo para pensar en ese tipo de tonterías que nos llenan tanto, personas que no dejan de pensar en ese alguien y tratar de imaginar cómo sería la vida con él o ella. Parejas que se rompen por la desconfianza y la distancia, parejas que disfrutan el uno del otro como auténticos mejores amigos. Parejas primerizas idealizando su amor, ese que piensan que durará toda una vida y que no sobrevivirá pasado un mes, en el que vuelcan todas sus esperanzas a pesar de todas las patadas del pasado. Yo las observo sin darme cuenta de lo que pasa realmente en mi propia burbuja. Quizá lo mío sea más complejo que todo lo suyo junto. Ellos viven felices y yo los observo como si fueran animales extraños que no se dan cuenta de nada. Pero quizá sea más sencillo como lo hacen ellos. Ilusionarse. Hacen bien y mal al mismo tiempo.

Vivo en una monotonía constante llena de rutinas. En la que me acostumbro a echar de menos y a ser echada de menos, pero no por la persona que quiero. A necesitar y ser necesitada, pero no por la persona que deseo. A llorar por esa monotonía de la que ansío salir, por no esperar lo mismo de siempre, no anclarme a algo solo porque sea lo más sencillo. Acostumbrarme a las lágrimas y necesitar llorar cada noche. Esas lágrimas que bañan mi cara, unas veces con restos de maquillaje, otras veces con la cara limpia. Noches en las que con una sola palabra, las lágrimas ya asoman. Otras, ni siquiera hace falta ni una palabra. Me tumbo en mi cama y sin esfuerzo alguno empiezan a pasar imágenes por mi cabeza. Dormidos. Abrazados. En un intento de pegarnos. Haciéndome cosquillas. Otras simplemente se resumen en sexo.

Nada es para siempre. Todo caduca, se esfuma. Lo que hoy te puede llenar completamente, otro día te dejará como si nada. Lo que hoy tanto necesitas, mañana puede esperar. Las cosas acaban aunque no quieras. Puedes conformarte, siempre puedes, evidentemente. Pero eso no es vivir. Recuerdo que me dijiste: Para siempre. Me asusté y te lo dije claramente. Yo no quiero un para siempre. Atarse a algo eternamente es inútil. Pero no me dijiste nada infantil o cursi. Simplemente que las cosas, aunque no queramos, terminan. Ya sea por una razón o por otras. Pero lo que perdura más tiempo, son los recuerdos. Esos que nos atormentan o alegran durante tanto tiempo. Para ellos sí existe un para siempre.

Y mientras espero un final en esto y un para siempre en los recuerdos, las lágrimas siguen su recorrido.

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